Me arriesgo asegurar a que todas las personas en algún momento de nuestra vida hemos podido sentirnos enfadados, rabiosos, eufóricos, alegres, sorprendidos y/o temerosos (aunque no todo a la vez), estas reacciones han podido llevarnos a tomar acción (de manera más o menos acertada) para afrontar los estímulos que las causan. Si bien estás pueden llevar cierto tiempo en ser detectadas, más aún conlleva entender su funcionamiento y su gestión de manera eficaz.
Primero me gustaría aclarar que las emociones las sentimos día a día, y que no son solo manifestadas en un momento concreto, apareciendo y desapareciendo sin más, si no que puede incluso llegar a experimentarse más de una emoción simultáneamente. Son, por lo tanto, procesos muy complejos de entender y de explicar, que han requerido años de estudio y avance (tanto en medicina como en psicología) para comprender el mecanismo y entramado que hay detrás de las emociones.
Experimentar una emoción configura el sentimiento (“me siento feliz”, “estoy decepcionada”, etc.) cuando tienen la intensidad suficiente a un nivel consciente y de manera subjetiva. Esto es solo una parte de algo mayor, que es denominado en psicología como un proceso multidimensional en el que se intenta explicar la emoción a diferentes niveles:
Procesamiento analítico: analizamos las circunstancias significativas de nuestro entorno.
Interpretación subjetiva: en función de nuestra historia personal se atribuyen valencias diferentes a cada circunstancia o cambio en el entorno.
Comunicación de la emoción (experimentar la emoción).
Disposición de los elementos comportamentales preparándonos para tomar acción.
Modificación de la actividad fisiológica asociados a cada emoción.
Desde el punto de vista evolutivo la emoción se atribuye a un proceso más bien primitivo, haciendo que estas sean útiles y beneficiosas en especial para adaptarnos al entorno, para comunicarnos (función social) y para motivar las conductas de las personas.
Para adaptarnos al entorno cada emoción nos hace responder de manera más o menos uniforme a los seres humanos.
Las emociones también tienen una función social o comunicativa, permitiendo a las personas comprender y predecir el comportamiento, facilitar las relaciones interpersonales, la comunicación verbal y no verbal, y promover la conducta pro-social. Incluso la no comunicación también nos da información, aunque esta capacidad para la inhibición es necesaria en ocasiones, en otras resulta confusa llegando a ser desadaptativa.
Cuando una emoción determina la aparición de una conducta dirigida a satisfacer una meta decimos que esta tiene una función motivacional, y viceversa, es decir la conducta motivada también es causante de una reacción emocional que puede llegar a causar más conductas motivadas. Esto también nos puede ayudar a flexibilizar las interpretaciones de los estímulos, reinterpretando los acontecimientos que preceden a la emoción y las alternativas de respuesta. Este punto de vista resulta el más evolucionista y por lo tanto un sistema critico de importancia que motiva la conducta humana, en la intensidad y valencia de la acción y en los procesos de percepción y razonamiento (Izard y Ackerman, 2000).
Siguiendo en el eje motivacional, hablamos de la regulación del comportamiento en términos de aproximación y evitación. Hamm, Schupp y Weike (2003) distribuyen las emociones en esta dimensión como se representa en el siguiente gráfico.
Las emociones primarias y secundarias
Existen diferentes formas de clasificar y describir las emociones, algunas de ellas se rigen por el tipo de afrontamiento, otras por las formas de expresión facial, o en función del tipo de procesamiento cognitivo (Arnold, 1960; Ekman, Friesen y Ellsworth, 1982; Izard 1991).
Sin embargo, una de las más aceptadas y de mayor trascendencia es la que propone la existencia de emociones primarias y secundarias. Desde el instante en que nacemos afloran las emociones primarias, estas son: sorpresa, asco, miedo, alegría, tristeza e ira (Ekman, 2003). Cuando hablamos de emociones secundarias, estas se originan gracias a la maduración cognitiva y la socialización, aunque también son denominadas como sociales, morales o autoconscientes, algunas de ellas son: la culpa, la vergüenza, el orgullo o los celos. Por lo general se empiezan a observar algunas de ellas en niños/as de más de 2 años de edad cuando se han cumplido 3 condiciones antes:
- Cuando se desarrolla la identidad personal.
- Cuando comienza a internalizar las normas sociales (bien y mal).
- Y cuando consiga evaluar su identidad en función de las normas sociales.
De esta concepción de ver las emociones se describen posteriormente dos tipos de procesos emocionales, los primarios y los secundarios. Para proceder a explicar estos procesos y que sigamos profundizando en este viaje a las emociones, dedicare una futura entrada para abordar cada parte detalladamente.
Espero que este contenido te haya resultado interesante recordando que puedes consultarme cualquier duda que te surja o bien consultar las referencias que utilizo a continuación.
Referencias
Arnold, M. B. (1960). Emotion and personality. Columbia University Press.
Ekman, P. y Friesen, W.V. (2003). Unmasking the face. A guide to recognizing emotions from facial clues. Los Altos, CA: Malor Books.
Goleman, D. (1996). La inteligencia emocional. Barcelona: Editorial Kairós.
Izard, C.E. (1991). The psychology of emotions. New York: Plenum Press.
Izard, C. E. y Ackeman, B. P. (2000). Motivacional organizational and regulatory functions of discrete emotions. En Lewis y J. M. Haviland-Jones. Handbook of Emotions, 253-264. Nueva York: Guilford Press.
Schuppp, H. T., Weike, M. J. y Hamm, A. O. (2003). Emotional facilitation of sensory processing in the visual cortex. Journal indexing and metrics.
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