En el cerebro hay una gran red de elementos y reacciones químicas muy sincronizadas. Cada una de ellas cumple una serie de funciones muy específicas que están interconectadas dando sustento a esto de vivir. El más mínimo desajuste de tiempo o elementos en esas reacciones químicas puede llegar a producir un efecto mariposa en el resto de conexiones. Si de algo sabe nuestro cerebro es de comunicación.
Observar y estudiar de que se compone el cerebro (químicamente hablando) es una práctica reciente en la larga historia de la humanidad que apenas esta comenzando a manifestar hallazgos sobre lo que es invisible al ojo. Hablamos de neuronas, neurotransmisores, axones, dendritas, receptores o sinapsis que se forman y suceden en un espacio de entre 10 a 30 µm (micrómetros), es decir algo muy chiquito.
No obstante, el pequeño diámetro de estos elementos que forman el cerebro no fue obstáculo para que el afán de los científicos/as por descubrir, analizar y categorizar permitiera detectar la hormona que contenía una secuencia de péptidos (proteínas) con función analgésica, en primera instancia por Choh Li de la Universidad de California a mediados de los 60, y posteriormente en 1975, dos sustancias derivadas de la secuencia peptídica anterior con la misma actividad opiácea que la morfina (utilizada para aliviar el dolor), fueron aisladas por John Hughes y su equipo de trabajo en Escocia. Ellos dieron nombre a las endorfinas.
Las endorfinas son clasificadas como opioides endógenos, junto con las encefalinas y las dinorfinas. Esta familia de polipéptidos de la que forma parte nuestra protagonista, se denomina así por su capacidad para unirse a unos receptores específicos de las células (receptores opioides) y por ser generadas en nuestro organismo, en las células del cuerpo (de forma endógena). Concretamente se sintetiza en la adenohipófisis, dentro del cerebro, esto es en una zona de la glándula pituitaria que se ubica en la base del cerebro, en la llamada "silla turca". Esta glándula también es famosa por liberar la hormona del crecimiento, aunque se encarga de segregar un gran número de hormonas.
Los miembros de la familia opioide (tanto endógenos como exógenos) tienen estructuras similares y también funciones parecidas. Los receptores de las células controlan el paso de moléculas tanto de dentro como hacía afuera de la célula. Cuando las endorfinas (o cualquier opioide) se unen a los receptores de las neuronas se produce una modulación en la liberación de otros neurotransmisores, ya que la reacción química resultante de esta unión es capaz de inhibir o limitar la cantidad de sustancia que libera la siguiente neurona. Podría decirse que corta comunicaciones entre las neuronas, especialmente en las neuronas que transmiten el dolor, lo que explica el efecto analgésico de estos.
¿Podemos decir entonces que los opioides inhiben el dolor? Pues sí, y como en cualquier familia existen moléculas más potentes que otras, aquellas llamadas exógenas, y que se consumen desgraciadamente de forma recreativa y que tienen riesgos catastróficos sobre el cuerpo y el cerebro. Sí, te hablo de sustancias como la heroína (derivado semi-sintético de la morfina) o similares, causantes de problemas de adicción y dependencia.
De esta capacidad para inhibir el dolor (tanto físico como emocional) se desprenden sensaciones placenteras como el alivio. Las endorfinas, así como los otros opioides endógenos, son una "medicina" propia del cuerpo, que también esta relacionada con el mantenimiento del sistema inmunitario. En estados de estrés prolongado, ansiedad y depresión disminuye la segregación de estas moléculas, que influye a su vez en el funcionamiento del sistema que nos protege de las enfermedades. Por lo que esta vulnerabilidad ante situaciones o emociones negativas nos esta causando un efecto real sobre el cerebro y nuestra salud.
Esta claro que hay momentos que no podemos controlar, los acontecimientos de nuestra vida (un trabajo exigente, una ruptura, un duelo, etc.) o de nuestro entorno, estos nos pueden llevar al sufrimiento, al malestar prolongado y al desarrollo de enfermedades. Pero no estamos perdidos ante esta vulnerabilidad, en nuestra mano está adquirir hábitos saludables que favorezcan el re-equilibrio en el flujo de endorfinas y por ende una recuperación más eficaz e inmediata ante el malestar. La activación del flujo de endorfinas se relaciona con actividades físicas y placenteras, una buena alimentación y experimentación de relaciones satisfactorias.
Nuestro cuerpo sabe como hacernos felices, la llave a esa cerradura esta en nosotros, y nunca mejor dicho. Quizás la parte más difícil es aprender a diferenciar las llaves. Si te has planteado esto, propón cuales serían esas llaves para ti y comienza a preparar a tu cuerpo para afrontar las adversidades con optimismo y un cerebro equilibrado (químicamente hablando).
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